Al occidente de la ciudad de Yoro, y a una distancia como de dos kilómetros, existe una pequeña altura que se llama el “Cerrito del Mal Nombre”; tiene forma volcánica, en su cúspide hay un agujero y en sus faldas se encuentra una clase de piedra negra.
Hace muchos años, allá, en tiempos coloniales muy remotos dicen que un día, cuando las gentes estaban preparando sus alimentos, oyeron terribles detonaciones y luego vieron una gran nube que esparcía mucho azufre.
Las personas se sorprendieron y llenas de estupor creyeron que era llegado el momento supremo: el día del Juicio Universal. Todos estaban arrepentidos de todo pecado; pero lentamente fue pasando aquello y la conmoción se extinguió en la vaguedad tenebrosa de una noche siniestra.
Otro día se dieron cuenta de que el volcán que había hecho erupción era la altura en referencia.
Se cuenta que un anciano venia pasando por el lugar del suceso, en el momento de la erupción, y fue tanto el susto que pronunció una frase chocante a la moralidad. Posteriormente se le denomino con el vocablo dicho por el anciano: “Cerro Pendejo”.
Cuando vino el Misionero Subirana, pregunto cómo se llamaba el cerro que nos ocupa, le dijeron tal como lo denominaban; entonces el prohibió terminantemente que lo nombraran así y en cambio le puso “EL CERRITO DEL MAL NOMBRE”, denominación que ha de ser siempre un enigma para el visitante que por primera vez pregunte la causa. Esto es sin duda un pleno hecho de las muchas enseñanzas de moralidad que el Misionero Subirana practico entre los antiguos moradores de estas latitudes.
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